martes, 12 de junio de 2012

El triunfo de la política sobre la economía en Europa



Shlomo Ben Ami

Una cosa es hacer caso omiso al llamamiento a políticas económicas más flexibles realizado por José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, y otra muy distinta desestimar, porque sí, el poderoso mensaje proveniente de los votantes franceses y griegos.

En última instancia, la economía, en especial las teorías económicas, siempre conducen hacia imperativos políticos. Por esta razón el rápidamente cambiante panorama político de Europa, reformado por insurrecciones electorales en Francia y en Grecia en contra de la austeridad fiscal respaldada por Alemania, también está destinado a afectar las políticas económicas de Europa.
Dicho imperativo ha estado en funcionamiento durante el desarrollo de la historia europea posterior a la segunda guerra mundial. De hecho, por sí solo el desplazamiento de Europa de lo que fue la modesta unión aduanera de la Comunidad Económica Europea hacia el mercado único y la moneda común de la actual Unión Monetaria Europea fue un movimiento fundamentalmente político, y por supuesto un movimiento con implicaciones estratégicas. Francia quería doblegar el poder alemán al atarlo al proyecto europeo, y Alemania estaba dispuesta a sacrificar el marco alemán para lograr que Francia acepte a una Alemania unificada, misma que se había constituido en la pesadilla de Europa en los años precedentes a dicha unificación.
Sin duda, una Alemania económicamente robusta  es vital para el proyecto europeo, aunque sea solo porque la historia ha demostrado cuán peligrosa puede ser una Alemania infeliz.  De hecho, fue gracias al euro, y al mercado cautivo europeo que viene junto al euro, que Alemania hoy en día es el segundo mayor exportador del mundo (China superó a Alemania en el año 2009).
Sin embargo, a Europa siempre le ha sido difícil llegar a aceptar a una Alemania excesivamente segura de sí misma, por no decir arrogante. La actual crisis política en Europa demuestra que las recetas de austeridad dictadas a la endeudada periferia de Europa por la canciller Ángela Merkel, independientemente de cuán sensatas podrían ser de manera abstracta, se muestran como una imposición por parte de Alemania. La preocupación para muchos no es solo el histórico "problema alemán" que tiene Europa, sino también la probabilidad de que Alemania pueda llegar a exportar al resto de Europa los fantasmas de políticas radicales y nacionalismo violento que su éxito económico hizo que se difundan domésticamente.
Una vez que la crisis se convirtió en una triste realidad cotidiana para millones de desempleados, en particular para la que parece ser una generación perdida de jóvenes europeos sin empleo, las instituciones de la UE también se convirtieron en blanco de la ira popular. Sus insuficiencias - encarnadas en un engorroso sistema de gobierno, y en cumbres diplomáticas interminables y no concluyentes- y su falta de legitimidad democrática están siendo repudiadas por millones de votantes en todo el continente.
La experiencia de Europa ha demostrado que es políticamente insostenible subordinar a la sociedad a teorías económicas. La vulnerabilidad y frustración que emergen cuando el sistema político fracasa en lo referente a ofrecer soluciones se constituyen en las bases sobre las cuales, de manera constante, surgen movimientos radicales con la finalidad de ofrecer soluciones fáciles.
Como concomitante de este tipo de cortocircuito entre líderes de los partidos mayoritarios y votantes, siempre se encuentran políticas que tienden a reafirmar la identidad étnica y a hacer surgir sentimientos ultranacionalistas y de intolerancia absoluta. El expresidente francés Nicolás Sarkozy terminó tratando de apelar, de manera desesperada, a estos mismísimos sentimientos como un último esfuerzo para evitar su muerte política.
Lo que hemos visto en toda Europa en los últimos tiempos es una rebelión de los votantes en contra de la política convencional. En la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas, la extrema derecha y la extrema izquierda recibieron más del 30% de los votos, y el Frente Nacional anti-Unión Europea de Martine Le Pen amenazó con suplantar al partido de centro-derecha Unión por un Movimiento Popular y constituirse en el nuevo partido político dominante que representa a la derecha del país. En Grecia, la peligrosa fragmentación del sistema de partidos políticos en una serie de grupos más pequeños, junto con la sólida aparición de una nueva izquierda antiausteridad - encarnada en el partido Tsipras, liderado por Syriza Alexis -  y de una derecha neonazi, ha sumido a la gobernabilidad en un estado de parálisis total.
Irónicamente, la relajación del dogma de austeridad que las protestas civilizadas de los partidos dominantes en la Europa periférica no pudieron alcanzar podría producirse como resultado de las políticas arriesgadas propuestas por la izquierda radical griega. A través de su patente rebelión contra la austeridad dictada por Alemania, y al hacer que el retiro griego de la zona euro sea una posibilidad creíble, Syriza logra que se encuentre más cerca que nunca el colapso caótico del euro en la periferia de Europa, y posiblemente más allá de dicha periferia. Al afirmar de manera insistente que se debe elegir entre dos ámbitos, ya sea los nuevos términos para el rescate griego o un escenario apocalíptico, Syriza podría estar creando la posibilidad de que se lleve a cabo una resolución cuasikeynesiana de la crisis europea.
El partido político Tsipras podría ser considerado "impetuoso" por sus adversarios, los partidos mayoritarios Pasok, partido de centro-izquierda, y Nueva Democracia, partido de centro-derecha; sin embargo, su planteamiento no es irracional. La lectura de la realidad que realiza Tsipras es bastante sobria: el plan de austeridad se ha convertido en una autopista que llevaría a sus compatriotas al infierno social, y que probablemente condenaría a Grecia a permanecer durante largos años en un estado de depresión empobrecedora, durante los cuales se encontraría permanentemente endeudada, además que tal plan podría conducir a una ruptura de la democracia.
Con el tiempo, la ahora legendaria obstinación de Merkel podría tener que sucumbir ante los imperativos de la política. Una cosa es hacer caso omiso al llamamiento a políticas económicas más flexibles realizado por José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, y otra muy distinta desestimar, porque sí, el poderoso mensaje proveniente de los votantes franceses y griegos.
Tampoco se torna en un leve dolor de cabeza político para Merkel tener que hacer frente a una alianza antiausteridad entre el primer ministro italiano Mario Monti y el nuevo presidente francés François Hollande. La capacidad de España para soportar una 'cura' de austeridad que solo la hunde más profundamente en la recesión también debe tener sus propios límites.
Por todo lo expuesto, ahora el Ministerio Federal de Finanzas de Alemania, que se muestra como el guardián de la rectitud fiscal, está considerando medidas como el uso del Banco Europeo de Inversiones para fomentar el crecimiento, la emisión de "bonos de proyecto" de la Unión Europea para financiar inversiones en infraestructura, y permitir que los salarios en Alemania aumenten a un ritmo más rápido en comparación con los del resto de Europa. La inminente, y de hecho inevitable, victoria de la política sobre las teorías económicas recalcitrantes podría estar muy cerca.
Shlomo Ben Ami
MADRID
 
Shlomo Ben-Ami, ex ministro de Relaciones Exteriores de Israel, es actualmente vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Es también autor del libro 'Cicatrices de guerra, heridas de paz: La tragedia árabe-israelí'.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.
Copyright: Project Syndicate, 2012

domingo, 10 de junio de 2012

Reconfiguración de la Política












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Colombia debe blindarse frente a la expansión de la crisis internacional con un sistema político capaz de orientar la economía y no subordinado a ella, no se trata de cambiar de política, sino de cambiar la política.



Los vientos cruzados -en verdad huracanes- que agitan la esfera pública preludian una reconfiguración de los espacios políticos con mayor anticipación de la esperada tras el doble periodo presidencial de la tendencia ultraderechista que mayor influjo ha tenido en la vida nacional. Conspicuos "generadores de opinión" llegaron a considerar, con terquedad digna de mejor causa, basados en la dominación mediática y el control social gubernamental, que ya estaban en la práctica consolidadas en la conciencia de los colombianos -de manera entusiasta en unos y resignada en otros- las tesis neoconservadoras del más reciente expresidente, a quien suponían inexpugnable.

En tal sentido, se llegó a vaticinar que el de Santos sería el tercer mandato del expresidente antioqueño, para lo cual no les pareció necesario a dichos analistas aludir a factores de conocimiento del Estado, cultura política y comportamiento social, campos en los cuales se advierte una diferencia sideral que favorece con creces al sobrino-nieto de Eduardo Santos. Y si, como lo han escrito los teóricos de la lingüística, "el lenguaje es el espejo del pensamiento", las manifestaciones discursivas de uno y otro dejan en claro que aquí ha habido un cambio por lo menos de estilo, diríase estético o "de buenas maneras", que lenta pero eficazmente ha conducido al país a experimentar profundas rectificaciones de la mano de un jefe de Estado cuyo roce internacional y praxis política demoliberal le han permitido adoptar la principal regla de la democracia, aquella que aconseja moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener un fin, llegar a pactos con el adversario, aceptar compromisos cuando estos no sean humillantes y cuando constituyen el único medio para obtener resultados (Bobbio). Además, el presidente Santos le ha conferido prevalencia a los valores de cooperación y colaboración sobre los de confrontación. Así ha podido restablecer las relaciones con los países vecinos, cuyos resultados han reportado amplios beneficios a la economía nacional.

La creciente pérdida de credibilidad y confianza del país en el belicoso expresidente paisa se sustenta, más que en su caída libre en las encuestas -ese "estado de opinión" por el que pretendió sustituir la expresión democrática de los votos-, en la percepción extendida de que más allá de él hay vida y seguridad y, también, en los fracasos electorales en alcaldías y gobernaciones, escenarios en los que se jugó a fondo, como en Bogotá, donde fue jefe de debate de Enrique Peñalosa, o en Antioquia -su imperio, económico y político-, donde sus amigos fueron apabullados por la alianza Verde-Liberal. El más reciente descalabro le llegó con la votación de la ley marco para la paz, contra cuya aprobación ejerció una beligerante como indebida presión en el Congreso de la República que sus amigos, ya despojados del miedo que les inspiraba, no atendieron.

De suerte que, superado el embrujo autoritario, la sociedad colombiana ha recobrado su libertad de opinar y decidir y ha entendido que la rigidez y el estancamiento son enemigos del libre albedrío. Las fulgurantes y masivas manifestaciones de amplios sectores populares, estudiantes, campesinos, trabajadores y víctimas -por cierto, aprobadas por la administración de Gustavo Petro- constituyeron una explosión de júbilo que rescata la democracia deliberativa como elemento constitutivo de convivencia.

Al mismo tiempo, las estructuras de los partidos tradicionales se están derritiendo bajo la ofensiva neoliberal y no se advierte un proceso de circulación de élites que les permita oxigenarse a mediano plazo. Recientes formaciones políticas, como la U y el PIN, demasiado identificadas con la parapolítica, y los verdes, contaminados de uribismo, están cada vez más confinados a unas pocas regiones; el Polo y Cambio Radical sufren el desgaste de sus propias contradicciones internas y sus problemas éticos. El ablandamiento de las normas de lealtad a los partidos en la contrarreforma política reciente le ha abierto la puerta al transfuguismo giratorio.
Colombia debe blindarse frente a la expansión de la crisis internacional con un sistema político capaz de orientar la economía y no subordinado a ella, no se trata de cambiar de política, sino de cambiar la política. Por ello, la reestructuración del sistema político en dos grandes tendencias es bienvenida tal como se advierte: una que, articulada a los nuevos movimientos sociales, piensa que es preciso avanzar hacia la salida política al conflicto armado interno, el fortalecimiento del Estado, la aceptación de la heterogeneidad y el pluralismo en los asuntos humanos, en ocasiones hasta concebir el conflicto social como fuente indispensable de multiculturalidad, creatividad política y estabilidad democrática. Y otra, integrada por quienes le confieren valor prioritario al fortalecimiento militar y al debilitamiento del Estado social de derecho,  partidarios de lo hegemónico y de la mercantilización de los bienes públicos, lo cual entraña un orden de exclusión, discriminación y pobreza.
*Analista político e investigador en ciencias sociales.