sábado, 20 de febrero de 2010

Los peligros del Estado de opinión | ELESPECTADOR.COM

Los peligros del Estado de opinión | ELESPECTADOR.COM: "Los peligros del Estado de opinión
Por: Álvaro Camacho Guizado

JOSÉ FERNANDO ISAZA HA VENIDO desnudando varios de los problemas del llamado Estado de opinión, que parece ser el último gran argumento politológico de Uribe y su ex asesor Gaviria. Creo que es posible agregar algunos argumentos a los expresados por Isaza.

En primer lugar, debe quedar claro que ese Estado de opinión tiene dos caras: de una parte, el Estado; de la otra, la opinión. En cuanto al primero, es necesario examinar su osatura, su fortaleza institucional y sus orientaciones generales. Por osatura entiendo la cualidad de contar con órganos independientes: el Legislativo y el Judicial, que finalmente actúan como controles del Ejecutivo. La fortaleza institucional se refiere a que esos órganos tengan la suficiente independencia de manera que se puedan regir por estatutos propios que garanticen su libertad de acción. Y las orientaciones generales se refieren a los principios éticos y políticos que le dan legitimidad, tales son la libertad, la equidad, la justicia, en fin, la democracia y la obligación de responder ante la sociedad por sus actuaciones. La vigencia de estos principios define a un Estado de Derecho.

En lo que respecta a la opinión, es necesario reconocer que, contra lo afirmado por el Presidente y su escudero, ésta no es homogénea. De hecho, va desde la opinión ilustrada, culta y reflexiva, que basa sus puntos de vista en el análisis cuidadoso de las acciones del Estado, hasta lo que el psicólogo francés Gustave Le Bon denominó la muchedumbre, lo que despectivamente han denominado algunos analistas el vulgo, el populacho, que se guía por los medios de comunicación, por la retórica, la demagogia, las ofertas de beneficios personales o grupales, pero de corto plazo, y hasta el supuesto carisma de los gobernantes o dirigentes. Entre los extremos del espectro se encuentra una opinión pública que puede compartir rasgos de las anteriores, o que simplemente no se inmiscuye en los temas de lo político. Es posible, por lo demás, que sus preocupaciones se refieran más a lo público, a aquello que la afecte de manera directa. Hay, así, una opinión pública que se expresa frente a los actos de los gobernantes, pero hay otra que se preocupa por las condiciones de su vida cotidiana en el entorno social.

Cualquier observador que pertenezca a la primera categoría debe reconocer que un Estado que le otorgue primacía a la opinión pública corre el riesgo de atentar contra las fortalezas del Estado de Derecho, y ponga a éste a actuar conforme a las veleidades de la opinión pública del otro extremo. La popularidad, por ejemplo, se convierte en aspiración rectora, y a ella se pueden sacrificar los principios de la institucionalidad con base en el argumento de que esa popularidad es una medida de democracia. Con el argumento de que “la voz del pueblo es la voz de Dios” es posible cometer cualquier tipo de abuso o tropelía, siempre y cuando se cuente con el beneplácito de las masas.

No voy a cometer la tontería de recordar a Hitler y otros dictadores menos feroces pero no menos dictadores y no menos habilidosos en el manejo de la opinión pública. Simplemente quiero decir que la grandeza de un gobernante no se mide por la popularidad que concita en “el pueblo”, sino por su dedicación a cumplir con los preceptos ineludibles del Estado de Derecho y por su renuncia al Estado de opinión.

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Álvaro Camacho Guizado"