domingo, 11 de abril de 2010

Aires nuevos para la campaña | ELESPECTADOR.COM

Aires nuevos para la campaña | ELESPECTADOR.COM: "Aires nuevos para la campaña

LAS MÁS RECIENTES ENCUESTAS permiten entrever una contienda electoral menos obvia de lo que muchos esperaban. La fórmula presidencial Mockus-Fajardo, muy bien recibida en segmentos de la población menos afectos a la política, introdujo un efecto positivo, vertió un ingrediente dinamizador en una campaña rica en imágenes publicitarias y pobre en discusiones programáticas.

Para los electores la decisión no está ya en la paupérrima disyuntiva entre si se debe o no continuar con las principales políticas del presidente Uribe. Con el surgimiento de la que ya algunos llaman “ola verde”, el país parece despertar de la reelección que copara todos los espacios en los últimos años. Cualquiera que sea el equipo presidencial que se imponga, ya no hay cómo evitar los otros grandes temas que han sido colonizados por la omnipresencia de la política de seguridad democrática. Acaso sea hora, pues, de pensar la seguridad más allá de la exitosa estrategia militar desplegada en los últimos ocho años.

Del lado de los efectos de la violencia, por ejemplo, la deuda es fundamentalmente con las víctimas. La malhadada ley de víctimas que naufragó en el Congreso debiera ser la punta de lanza de cualquier candidatura presidencial. Del énfasis en los victimarios por razones de pragmatismo, más que de ideología como ha hecho carrera entre algunos contradictores, es tiempo de pasar a la preocupación real por las víctimas. No tiene mayor presentación que los desplazados del conflicto armado interno, del orden de los 3,5 millones de personas, no despierten ni siquiera la curiosidad de los entrevistadores. El gran reto de la reparación va acompañado de una política agresiva en materia de tierras que garantice el retorno exitoso de quienes fueron desposeídos de todo cuanto les pertenecía.

En materia de economía el diagnóstico es claro. Colombia tiene una de las mayores tasas de desempleo de América Latina, e igual ocurre con la informalidad. Es cierto que la confianza inversionista permitió que las empresas invirtieran abundantemente en el país. Pero no generaron empleo. Por el contrario, invirtieron en capital. Los subsidios para las empresas explican la decisión, bastante racional, de sustituir lo primero por lo segundo. Las políticas de empleo precisan una revisión. Se invierte mucho, pero se contrata poco. Y a ello habrá que agregar la creciente desigualdad, corroborada esta semana por un informe de la ONU en el que se nos equipara con países como Argentina, Brasil, Chile y Ecuador. Según el desempeño en el Coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en la distribución del ingreso, Colombia está en el deshonroso grupo de los países con una muy alta desigualdad, superado únicamente por aquellos que presentan extrema desigualdad. La política tributaria, por lo mismo, debe ser objeto de una reforma estructural.

En educación ha habido avances. Pueden discutirse los lineamientos generales de las políticas educativas, usualmente bienintencionados. Cualquiera encontrará mejorías. Sin embargo estamos lejos de las metas alcanzadas por países cuyo nivel de desarrollo es comparable. La educación en Colombia no es gratuita. Tampoco universal. Hay diferencias abismales entre las regiones. Aquel que asegura el colegio, difícilmente accede a la universidad. El gasto en educación, cuyo reciente descenso no puede pasar inadvertido, contrasta con la participación del gasto militar en el presupuesto general de la nación. Sin omitir que la guerra requiere cuantiosos recursos, bien vale la pena que la ciudadanía se pregunte por el lugar que quiere que ocupe la educación en los futuros programas de gobierno. Como están las cosas, la educación es un rubro al que se le cumple con lo que se puede. De ninguna manera el motor que ha llevado a otros países a la equidad, a la búsqueda de la creación de riqueza a partir del conocimiento.

Y así, otros temas como la salud, la justicia, la precaria atención a las poblaciones afrodescendientes e indígenas, las relaciones entre la mafia y la política, la polarización que impide pactar acuerdos sobre lo básico, la inconveniencia de una política social asistencialista, la corrupción y la politiquería requieren planteamientos de fondo de parte de los candidatos presidenciales. No hay razones para continuar debatiendo lo mismo, aquello sobre lo que, por lo demás, ya existe un consenso. La seguridad llegó para quedarse. Es preciso ahondar en los elementos del debate que garantizan una seguridad duradera.

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