domingo, 10 de enero de 2010

Obama no ha fracasado.

Ejemplo Nº 1.
Fuente: Revista Cambio.com
Fecha: 21 de Diciembre de 2009
Título: Obama no ha fracasado.
Columnista: Rodrigo Pardo

La alegría de la derecha por la baja en la popularidad de Obama es prematura y no tiene razones sólidas.

La derecha está feliz con el supuesto fracaso del primer año de Barack Obama. Los republicanos de Washington y sus metástasis en todo el mundo ya concluyeron que su caída en las encuestas seguirá, que fracasó su proyecto y que inexorablemente tendrá que parecerse cada vez más a George W. Bush. Pontifican que Obama resultó otro Jimmy Carter: idealista, ignorante sobre el manejo del poder y blando con los enemigos en la política internacional.

Pero los analistas de la derecha piensan con el deseo. La caída de la popularidad de Obama —de 69 por ciento cuando se posesionó, hace exactamente un año, a 49 por ciento en noviembre pasado— tiene explicaciones distintas a las del fiasco anticipado. Para empezar, los primeros años de los mandatarios estadounidenses casi siempre llevan consigo un descenso en la aprobación pública, porque las elecciones se llevan a cabo en momentos de altas expectativas y agitadas emociones que después se chocan con las dificultades del gobierno. “Se hace campaña con poseía y se gobierna en prosa”, decía en estos días Michael Shifter. En Estados Unidos, además, las transiciones de gobierno son largas y los arranques lentos, en especial cuando hay cambio en el partido del Presidente, por el engorroso sistema de ratificación de funcionarios en el que participa el Senado. Hace apenas un mes se estaban terminando varios de estos procesos.

Las estadísticas demuestran que incluso mandatarios que pasaron a la historia por su alta popularidad tuvieron malos primeros años. Después de 12 meses, Ronald Reagan estaba en 48 por ciento de imagen positiva (casi como Obama) y salió de la Casa Blanca con 63. En su primer cumpleaños, Bill Clinton había caído a 47 y al final llegó a 66. El conocido periodista Bob Woodward publicó un libro —La agenda— que mostraba un desastre administrativo, falta de foco, e incapacidad gerencial de Clinton en su primer año. En contraste, Jimmy Carter, que sería derrotado en la búsqueda de la reelección, en el momento equivalente tenía un 56 por ciento de aprobación.

Obama ha gobernado en circunstancias muy difíciles. La recesión de su economía —y la del mundo— ha incrementado las tasas de desempleo que siempre tienen una relación directa con la imagen presidencial. Su país está involucrado en dos guerras heredadas en las que son traumáticas tanto la salida (la afortunada fórmula para Irak) como la profundización (la riesgosa propuesta para Afganistán). Y la comunidad política washingtoniana está polarizada todavía en términos partidistas, para no hablar de la imposibilidad de que la opinión pública del sur profundo simpatice con un presidente demócrata, negro y pacifista. Bajo esas circunstancias, el 49 por ciento de aprobación de Obama no es ningún desastre y es susceptible de mejorar.

El carismático Presidente, además, tiene mucho que mostrar como éxito de su breve gestión. En un abrir y cerrar de ojos cambió la visión internacional sobre su país, que del desprecio de la era Bush pasó a una admiración extendida, profunda y justificada. La peligrosa tensión de la cruzada mundial antiterrorista de la década pasada fue reemplazada por anhelos ciertos de cooperación y de cambio en varios temas. El ambicioso proyecto de reforma a la seguridad social —no exento de costos políticos— ha superado sus primeras etapas en el tortuoso camino legislativo. Y aunque la recesión apenas empieza a ceder —y todavía se siente, sobre todo en el desempleo— no se produjo otra gran depresión como la de 1929, que era un espectro vivito y coleando al terminar 2008.

El nuevo año será crucial para Obama. Deberá demostrar que su carisma descomunal, su equilibrio conceptual y su capacidad de liderazgo están vigentes para consolidar la recuperación de la economía y el avance de la agenda interna, los cuales a su vez determinarán la fortaleza —o debilidad— de su partido en las cruciales elecciones legislativas del próximo noviembre. Lo demostrado en el primer año deja elementos para pensar que Obama lo hará bien. Y, sobre todo, nunca será otro Bush.

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